UN CUERPO HERMOSO

 

         El calor de la tarde amodorró al caballero. La corriente formada por las ventanas abiertas en diferentes orientaciones no lograba refrescar el ambiente aunque la verdad era que no corría viento alguno. Por lo menos en cinco horas sufriría ese suplicio mas en la calle el infierno era más avasallador.

         Decidió quedarse desnudo y eso le benefició pues su piel  recogió la poca brisa que de vez en cuando soplaba. Por la ventana entraba una luz grisácea, como de cielo cubierto de nubes o de calima.

         No le importaba que desde las ventanas de otras casas le viesen los testículos y el trasero al descubierto. No era muy probable pues todas ellas tenían las persianas bajadas.

         Se sintió no sólo más fresco sino también más libre. Como habiendo roto las cadenas de unas normas que no entendía. Al cabo de unos minutos se olvidó de las  convenciones sociales. A nadie hacía daño y el posible escándalo de alguna vecina timorata pertenecía al mundo de la hipocresía.

         No hubo ocasión para tal escándalo. Al contrario, entre las rendijas de una persiana dos ojos femeninos de mujer madura se pararon largo rato deseando que el caballero se levantara, paseara y mostrase sus atributos. Hacía muchos años que no veía a un hombre desnudo. Su marido había fallecido en un accidente de circulación y ahora vivía sola. Educada a la vieja usanza no se había atrevido a coquetear para llenar ese vacío de su vida.

         Pero ese hombre… Le conocía de vista. Siempre le había visto solo. Un temor recorrió su mente; ¿sería homosexual? La mujer decidió enterarse mejor de las condiciones de su vecino y si resultaba normal ya se inventaría algún pretexto para abordarle.

         Nuestro hombre, ajeno a las elucubraciones femeninas, se levantó de su sillón para ir a tomar una ducha. Su figura de pie se proyectó plenamente en el patio y causó un estremecimiento de placer.

         -¡Dios mío, que no sea gay!; No me importa que sea un hombre maduro, los jovencitos son insoportables.

         El conocimiento que la dama tenía de lo jovencitos provenía exclusivamente de las películas, seriales y revistas del corazón mas para ella era suficiente. Jamás demandaría los ”servicios” de esos depravados. Si lograba captar a su vecino sería sobre la base de una amistad desinteresada. Bueno, ella le ofrecería su comprensión, su admiración, ese tintineo que su cuerpo sentía ante la desnuda efigie de él. Y a lo mejor también, cuando se conocieran, una participación en gustos e ideas comunes. Y viceversa; ella le ofrecería un cuerpo aún tentador y su ansia de amor y amistad. Sus amigas le decían que era muy simpática y alegre. Dos valores para ofrecerle.

El caballero parecía muy ocupado escribiendo pero la señora observó que sus  hombros y cabeza se apoyaban sobre la mesa sin moverse. Efectivamente, él se había dormido y en esos momentos sonó en la vivienda vecina el teléfono.

         Cuando dejó de hablar, media hora después, el sillón de la habitación vigilada estaba vacío y no volvió a ocuparse en los diez minutos siguientes.

         A la mañana siguiente la simpática vecina sonsacó al portero de la casa vecina la identidad de aquella estatua varonil viviente.

         -¡Ah, sí, D. Livio!. Se ha ido de vacaciones hoy a primera hora.