LA EXCEPCIONAL INSPIRACIÓN POÉTICA  DE LEONORA ACUÑA DE MARMOLEJO



    No todos los grandes poetas hacen fama, ni dejan de hacerla, en grande, muchos que mediocres son. Poetastros, otros, que pueblan el mundo en letra de molde, colmando los estantes de la eternidad. O al decir de Borges, “la biblioteca de Babel”.
    Es otra manera de decir lo que si bien es consabido, no solemos tener tan presente como se merece para el claro escorzo de lo valedero. Pero conviene ahora destacarlo, porque Leonora Acuña de Marmolejo es de esos poetas de uno u otro género —o en su caso, poetisa— que aún está por recibir su más que meritoria dosis de reconocimiento. Y lo he dicho en singular —poetisa— porque lo es, sin duda alguna, conforme defínenlo su talento, su acendrada vocación lírica y su genial inspiración.
    Nuestra poetisa cultiva todos los géneros y estilos. Sabe andar, aunque no siempre, por la senda relativamente menos exigente de lo que suele llamarse poesía libre, aunque nunca podríamos atribuirle la falta de todos los elementos fundamentales de la poesía: rima, metro y ritmo. Puede omitir la rima, pero conservando el metro y el ritmo, o bien omitir la rima y el metro, pero conservando el ritmo, que en tal caso nunca será desacompasado.
    Se apega más, en cambio, a los cánones clásicos que le dan sabor y sentido al verso, que lo hacen grato y armonioso al oído físico y psíquico, así como al ámbito emotivo y espiritual.
    Porque ahonda doña Leonora en esos rincones y resquicios de la humana experiencia que llegan a lo que otros apenas sugieren, sin lograr aproximarse a lo que aspirarían como meta. Abarca todos los temas y sentimientos que definen al ser humano —romanticismo, amor, afecto, comprensión, soledad, compasión, nostalgia, alegría, desengaño, gratitud— , aparte de señeros acontecimientos en su vida personal y familiar.
    Sus innovaciones van por el camino del hipérbaton y la elegancia retórica que sorprenden, que estimulan y que dan vuelo y acicate a la imaginación, reclamándonos a proseguir la lectura. Por otra parte, sus diáfanos conceptos y la clara ilación de sus ideas es, si bien en gran medida inusual en la poesía que hoy se escribe, infalible en el caso de Leonora.
    Sin desdoro de buenos poetas que cultivan el estilo moderno arraigado en la inobservancia de la normativa secular del verso, cabe advertir que es, diríase, demasiado tentador recortar en trozos la prosa corriente y moliente e ipso facto, paradójicamente, declararla poesía. Nada de eso, ni por asomo, captamos en los inspirados versos de esta singular poetisa.
    Aprovechamos la ocasión para afirmar la importancia lingüística —si es que nuestro perspicaz lector no hubiera ya captado nuestra alusión— de emplear los femeninos con su justo sentido cada vez que corresponda. Si no, acabaríamos por descartar voces como reina y actriz, para vernos obligados a decir rey mujer, y actor mujer. Nada más disparatado, desde luego, pese a todos los razonamientos. El mundo unisexual, si más igualitario, nos parecería francamente intolerable, por no hablar de aburrido.
    Leonora Acuña de Marmolejo sigue la ya larga tradición de los grandes poetas colombianos como Rafael Pombo y José Asunción Silva, que tanto han enriquecido la literatura hispana, poniéndola por las cimas de sus majestuosas cordilleras.
    Ya nos tenía nuestra poetisa acostumbrados a apreciar su fino sentido versificador con anteriores colecciones de poesía, como Poemas en mi red, Brindis por un poema y Baraja de poemas, publicados en 1992, 1995 y el año 2000, respectivamente.
    Ahora, con la edición de este conjunto poético, Del crepúsculo a la alborada, Leonora Acuña de Marmolejo completa, acaso, un ciclo que marca un hito en su destacada trayectoria intelectual. Aunque esperamos que no haya de ser sino un paso más en su continuo empeño por iluminarnos con su estro, elegancia y hermosura de sentimientos.

 


Emilio Bernal Labrada
de la Academia Norteamericana de la Lengua Española