C H I N O S E N C U B A
Un día yo recibí en mi bufete la visita de un chino.
Recibir la visita de un chino en Cuba no tenia nada de particular. Desde mediados del siglo XIX, en que los chinos comenzaron a afluir a nuestra Isla en cantidades crecientes, a través de unos contratos de trabajo que eran verdaderamente cédulas de esclavitud, la población china de Cuba creció, no solamente en cantidad, sino también en importancia.
Poco a poco, en la material imposibilidad de regresar a su patria a la terminación de aquellos contratos leoninos, fueron enraizándose en Cuba realizando labores de todo tipo, hasta que medio siglo después, tras la terminación de la guerra de independencia, se encontraron formando parte de nuestra nacionalidad.
Muchos de ellos habían intervenido y peleado junto a los cubanos en las guerras por la independencia y la nueva república les reconoció sus derechos de vivir y permanecer en la Isla; inclusive, casi todos los que pudieron hacerlo contrajeron matrimonio y formaron familias, con hijos que nacieron y se criaron en Cuba. Eran, por lo tanto, tan cubanos como cualquier otro.
Aquel chino que me visitó ese día andaba buscando noticias sobre un lejano antepasado. Hablaba bien el español y había prosperado, pues sus padres, él chino y ella cubana, le habían mandado a la escuela y le habían enseñado las reglas elementales para ser una persona decente y un buen comerciante. Se hallaba establecido en la Habana, donde poseía un restaurante de mediana posición.
Ahora quería saber algo más de un abuelo, o bisabuelo, llamado Chau-Va,
que había venido a Cuba en 1864. Según las noticias que pudo recoger, el destino
del abuelo había sido Sagua la Grande, a una hacienda llamada “San Luis del
Rosario”. El visitante llegó a mi bufete a través de una cadena de referencias
que tenían como base mi conexión con el Registro de la Propiedad. Un abogado de
la Habana le informó que era posible que en las inscripciones registrales de la
época se mencionara, en los traspasos de fincas, los nombres de los trabajadores
con que contaba la Hacienda. (Así se hacía con los esclavos negros). El
Registro de la Propiedad, o Antigua Anotaduría de Hipotecas como se llamó en
sus orígenes, comenzó a funcionar en Sagua en 1846.
Su antepasado se había quedado en Cuba, por supuesto, y había formado familia, pero el no lo conoció. Con el paso del tiempo, los descendientes del humilde Chau-Va se alejaron del tronco familiar y formaron, a su vez, sus propias familias. En una vieja caja deteriorada, perdida en un rincón de la casa, él encontró un día el arrugado documento, llamado “Contrata”, que había propiciado el viaje de Chau-Va a Cuba. Y me mostró el documento.
Uno de los documentos más raros e interesantes de los que pasaron por mis manos durante mis anos de trabajo en el Registro de la Propiedad, impreso en español por una parte y en chino por la otra. Yo lo copié, sólo la parte en español, desde luego, aunque lamentablemente quedó en Cuba, como tantas otras cosas valiosas de mi biblioteca. Pero ahora, al cabo de los años, revolviendo en el almacén de mis recuerdos, me vino a la memoria presente el referido documento y comencé a recordar detalles sobre el mismo.
Antes de proseguir, debo agregar que busqué y rebusqué en el registro particular de la hacienda San Luis del Rosario, pero no encontré ninguna alusión al traspaso de los contratos de trabajo de los chinos, aunque siempre en esas búsquedas se hallaban cosas muy interesantes. Entre ellas, la de mayor importancia fue saber que Isabela de Sagua estuvo primitivamente enclavada en dicha hacienda y que estaba construida en la margen derecha del río Sagua. Después, con motivo del ciclón de 1888, que la destruyó completamente, fue reconstruida en la margen izquierda, vendiéndose los solares, de tierra y de mar, por el gobierno español, a través del sistema de censos reservativos.
Asimismo, encontramos que al demolerse la hacienda por la Ley de 22 de Octubre de 1904 ya se habían formado dentro de la misma muchas fincas de extensión diferente y nombres pintorescos, como una denominada “Tren viejo” y muchas otras llamadas simplemente “Sin nombre”. Originalmente, la hacienda San Luis del Rosario se componía de ochocientas caballerías de tierra, unos veinte y seis mil acres.
Pero volvamos al documento. Si mal no recuerdo su fecha se remontaba a 1864 y uno de los contratantes era un tal Fernández de Castro. (Este debió haber sido el intermediario que se “embolsillaba” las buenas comisiones). El lugar de la contratación era Macao. En el mismo se expresaban las obligaciones del trabajador: trabajo por ocho años, doce horas al día, en el campo o en las poblaciones, en la industria o el comercio, dondequiera que su patrón lo destinara, y sus derechos: un salario de cuatro pesos al mes, derecho a media libra de carne y viandas al día; un día de descanso a la semana y algo de ropa una vez al año. Por supuesto, las condiciones bajo las cuales aquellos chinos se comprometían a trasladarse a Cuba a trabajar, como se puede ver, eran tan onerosas que, en realidad, bajo el inocente aspecto de un contrato de prestación de servicios, se escondía una cadena que iba a sujetar en Cuba a los chinos por tiempo indefinido, por no decir para siempre, que fue lo que verdaderamente ocurrió.
Las oportunidades que tendrían de regresar a China, una vez terminado el contrato, eran tan lejanas como lo estaba su país. Aquel sistema era en verdad una forma disimulada de tráfico de esclavos. Por esa razón, aquellos chinos, pobres y trabajadores, se vieron forzados a permanecer en Cuba. Allí echaron raíces, constituyeron familias, en condiciones bien precarias, desde luego, y fueron el origen de la gran población china con que contaba Cuba.
Con el correr de los años, la tenacidad y el esfuerzo fueron dando frutos y ya en las primeras décadas del siglo XX constituían una colonia próspera y singularmente trabajadora y se habían asimilado a las costumbres y la idiosincrasia cubanas. No obstante, muchos descendientes de los primitivos “colonos” pudieron regresar a China, años más tarde, y allá se casaron. Pero en realidad, su patria era Cuba y a Cuba regresaban para continuar viviendo en paz y armonía con la población blanca y negra de la isla.
Yo no pude encontrar en el Registro rastro alguno de aquel legendario Chau-Va que había sido contratado en 1864 para trabajar en Cuba, pero conocí muchos detalles interesantes de aquel modo de contratación que fue el origen del establecimiento de la colonia china en nuestro país.
¡Cuántas historias, hoy olvidadas, pudieran escribirse en torno a aquellas vidas oscuras, apagadas y pobres, que sirvieron con su esfuerzo, su labor y tal vez hasta con lágrimas y sangre, a la prosperidad de Cuba y a su propio y definitivo asentamiento en nuestra isla tropical!
Marco A. Landa