EL MÚSICO: Viajero De Resonancias
Hay algo que irrumpe la distancia, capaz de unir realidad-ficción, de callar plática, frase, y alcanzar la cúspide más alta.
Algo, que nos transporta a la furia terrible del dolor, a la transparencia deliciosa de la fantasía, o al bullicio majestuoso de una sensibilidad: LA MÚSICA.
¿Es apto para crearla, quien ha visto gozo, y experimentado los placeres?
No.
Es simplemente el sentimental.
No puede respirar sin la beldad, por eso jamás pregunta para quién funda la melodía, ni quién va a recibirla.
Se abandona al código de la resonancia, a las complicidades del ritmo y plasma las maravillas.
Cruzó el jinete, un renglón del fuego
—para alcanzar agudos secretos—
En el terreno de las ondas, sin remos
hablaban dioses del después y el antes.
Lo sorprendieron
copiando el esplendor del pentagrama.
En exaltación nos trajo
clave, rumor, desplazamiento.
Las posibilidades de la expansión musical se han multiplicado, porque los rasgos del compás se relacionan con la suma de los enunciados.
¿Retiene la temporalidad al compositor de los sones?
No.
Formula testimonio con independencia, indicando carácter y acompañamiento de la voz del gestor, así es como toma correspondencia con los somas y les permite irradiar la luminosidad que le es propia.
Debemos aceptar en él, predominio de la hipótesis poética, existe en vibrante elevación, sintiéndose viajero de arrullos y de gloria, de encuentros y desencuentros, de ardores encendidos, para entrar acabadamente a la península de la serena madurez, perspectiva espiritual-humana.
Con la inclinación y la perpetua ansiedad que encierra el misterio sónico, se es músico.
Echaré la red almendrada
de los Oboes.
Sus opalinos gnomos
sincronizarán quietud,
marfiles de tarde.