El Greco

(1541-1614)

 

   

    El Greco (que quiere decir ‘el griego’) nació en 1541 en Candía (actual Heraklion), Creta, que por aquel entonces pertenecía a la república de Venecia. Su nombre era el de Doménikos Theotokópoulos. Poco se sabe de los detalles de su infancia y aprendizaje pero posiblemente estudió pintura en el pueblo en que nació. A pesar de que sus primeras obras no han llegado hasta nosotros, probablemente pintó en un estilo bizantino tardío, como era habitual en Creta en aquella época. En obras posteriores aún pueden observarse reminiscencias de ese estilo. El Greco era un hombre de gran erudición, aficionado a la literatura clásica y a la de su época desde joven.

    Alrededor del año 1566, El Greco se trasladó a Venecia, donde permaneció hasta 1570. Recibió una gran influencia de Tiziano y Tintoretto, dos de los grandes maestros del renacimiento. Obras de este periodo veneciano, como La curación del ciego  demuestran que había asimilado el colorido de Tiziano, además de la composición de las figuras y la utilización de espacios amplios y de gran profundidad, características de Tintoretto. Durante los años de estancia en Roma, de 1570 a 1576, continuó inspirándose en los italianos. La influencia de la calidad escultural de la obra de Michelangelo Buonarroti es evidente en su Pietà. Anunciación de época italiana pudo ser pintado en Roma, aunque revela la huella de Venecia, tanto en el colorido como en el modo de estudiar el espacio. El estudio de la arquitectura romana reforzó el equilibrio de sus composiciones, que con frecuencia incluyen vistas de edificios renacentistas.

    En Roma conoció a varios españoles relacionados con la catedral de Toledo y quizá fueron ellos los que le persuadieron para que viajara a España. En 1576 dejó Italia y, tras una breve estancia en Malta, llegó a Toledo en la primavera de 1577. Pronto recibió el primer encargo de la iglesia de Santo Domingo el Antiguo y se puso a trabajar en La Trinidad. La composición se basa en un grabado de Alberto Durero. La labor de El Greco como retratista fue muy significativa. Uno de los máximos exponentes de esa labor es el famoso cuadro El caballero de la mano en el pecho.

    El Greco deseaba fervientemente realizar los frescos para el nuevo monasterio que se construía en San Lorenzo de El Escorial, pueblo cercano a Madrid, y cuyas obras acabaron en 1582. Para conseguirlo envió diversas pinturas al rey Felipe II, pero no logró que le encargaran esa obra. Uno de los cuadros que envió, Alegoría de la Liga Santa, pone de manifiesto su habilidad para combinar la compleja iconografía política con motivos medievales. Sólo realizó para el monasterio el cuadro San Mauricio y la legión tebana, que hoy se exhibe en esta fundación religiosa. Trabajó también para la catedral de Toledo: El expolio, obra hecha para la sacristía, presenta una espléndida imagen de Cristo con una túnica de un rojo intenso, rodeado por los que le han prendido.

    En 1586 pintó una de sus obras maestras, El entierro del conde de Orgaz, para la iglesia de Santo Tomé de Toledo. Esta obra, que aún se conserva en su lugar de origen, muestra el momento en que san Esteban y san Agustín introducen en su tumba (actualmente justo debajo del cuadro) a ese noble toledano del siglo XIV. En la parte superior el alma del conde asciende al paraíso poblado de ángeles, santos y personajes de la política de la época. En El entierro se evidencian el alargamiento de figuras y el horror vacui (pavor a los espacios vacíos), rasgos típicos de El Greco, que habrán de acentuarse en años posteriores. Tales características pueden asociarse con el manierismo que se sigue manteniendo en la pintura del Greco aún después de desaparecer en el arte europeo. Su visión intensamente personal se asentaba en su profunda espiritualidad, de hecho, sus lienzos evidencian una atmósfera mística similar a la que evocan las obras literarias de los místicos españoles contemporáneos, como santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz.

El Greco gozó de una excelente posición. Tenía en Toledo una gran casa en la que recibía a miembros de la nobleza y de la elite intelectual, como los poetas Luis de Góngora y fray Hortensio de Paravicino, cuyos retratos, que pintó entre 1609 y 1610, se hallan actualmente en el Museo de Bellas Artes de Boston. Pintó también algunos cuadros de la ciudad de Toledo, como Vista de Toledo, aunque el paisaje fuera un género poco tratado tradicionalmente por los artistas españoles.

    En las obras que realizó desde la década de 1590 hasta su muerte puede apreciarse una intensidad casi febril. El bautismo de Cristo (que firmó en griego, como era su costumbre, en c.1596-c. 1600) y La adoración de los pastores (1612-1614), ambos del Prado, parecen vibrar en medio de una luz misteriosa generada por las propias figuras sagradas. Los personajes de La adoración, aparecen envueltos por una vaporosa niebla, que puede observarse en otras obras de su última época, y que otorga mayor intensidad al misticismo de la escena. Esta obra la pintó para la capilla donde descansan sus restos.

    Los temas de la mitología clásica, como el Laoconte, y los del Antiguo Testamento, como el de la obra inacabada que muestra la escena apocalíptica de El quinto sello del Apocalipsis, atestiguan la erudición humanista de El Greco y cuán brillante e innovador era el enfoque que daba a los temas tradicionales. Murió en Toledo el 7 de abril de 1614 y fue enterrado en la iglesia de santo Domingo el Antiguo.

Microsoft ® Encarta

 

Volver