La Nota

           

 

            “Decimos que son congéneres dos o más que sean de la misma clase. Mis congéneres, y deberían ser mis hermanos -puesto que somos de la misma materia no hay razón para que no exista entre nosotros lazo de fraternidad alguno- son seres bípedos, omnívoros, poseedores de la característica distintiva de un pulgar oponible al resto de los dedos en ambas manos y un aparato fónico que les permite emitir sonidos articulados. (Está de más decir que en esto ellos y yo no nos diferenciamos).

            Pero, he aquí la triste paradoja: cuando ellos luchan por ambición para lograr una vida más cómoda y sólo buscan poder para después oprimir al que fue su igual en la miseria, en la lucha o en la fe, yo sueño, lucho y me afano por una vida mejor sin siervos ni soberanos.

            Veo rencillas y quejas; celos, envidia y temor en ellos y es entonces cuando siento la más honda decepción.

            Si ellos viven hacia el mundo, yo me vuelco en mi interior. Y si gimen cuando sufren, yo no gimo ni ante Dios.

            Si desvirtúan la verdad y depravan la palabra; si con ella  envilecen el sagrado don del pensamiento con excesos que lo manchan, yo trato de mantenerla límpida como una fuente y penetrante como espada. Y cuando, por mi torpeza, hago mal uso de ella en alguna circunstancia, tengo, al menos, el pudor de sentir en la conciencia el rubor de profanarla.

            Mis congéneres y yo no somos de la misma casta. Por eso, a veces siento la repulsión mi raza y me ahoga este universo de bestias socializadas.

            Quisiera nacer de nuevo como cosa inanimada: nebulosa o polvo o piedra sin ayer y sin mañana.

            De esa forma me ahorraría esta lucha personal e inacabada. No pertenezco a esta casta que, por eso, me rechaza. Pero me falta el coraje de identificarme en esa manada y convertirme, también, en un ser bípedo y omnívoro; egoísta, necio y cruel.

            Que nadie busque un culpable.

 

            Rafael.”

 

            Encontraron el papel, pulcramente rubricado, en un sobre cerrado y lacrado sobre un taburete alto. El cuerpo, contorsionado y rígido, en posición fetal. Y sin embargo, el rostro céreo del cadáver desangrado sonreía, al fin, ¡en paz!