Leonora Acuña de Marmolejo

Colombia

Andes peruanos

Óleo s/lienzo

 

 

 

Leonora Acuña de Marmolejo

 

    Nació en el Valle del Cauca, donde ejerció como profesora de centros de enseñanza secundaria y Directora de su propio colegio: el Liceo Eugenio Pacelli. Estudió Ciencias Sociales y Arte en la Universidad del Estado de Nueva York, donde radica desde 1966. Su obra pictórica ha sido exhibida en Long Island, Manhattan y el Canal 21 de televisión, pero la veta literaria de su temperamento artístico ganó desde hace tiempo el pulso con la pintura, que pasó a ocupar un segundo plano en su quehacer profesional.

 

Leonora Acuña de Marmolejo, DONDE LA SENCILLEZ DEL MONÓLOGO 

SE VUELVE AMOROSA PLÁTICA

             Su nombre mismo, Leonora, me trae reminiscencias de rítmico romanticismo y de extrema femineidad. Si tuviese que definirla no dudaría en utilizar una sola palabra, redonda y madura como ella misma: ¡MUJER!

            Sumergirse en su obra poética es tarea fácil y placentera porque la mujer que es Leonora, cuando decide ceñirse el peplo ardiente de la Poesía, lo hace con la misma sencillez con que respira; con la dulce e íntima calidez con que mece una cuna o desgrana una caricia o simplemente se sienta a platicar con su mejor amiga. Y cuando nos tiende su mano invitándonos a penetrar en su mundo interno de sensibilidad, advertimos fácilmente la exquisita polifonía de su innata versatilidad. 

            Recurre la poetisa frecuentemente a dotar de sentimientos profundamente humanos a las aves y las bestias, logrando símiles que palian la oscura fealdad de muchas de las simas a las que se asoma como cuando, en "Queja de Gaviota", la pájara, "hambrienta de caricias"... "levantó raudo vuelo/ sola y atormentada/ engullendo su llanto,/ su pena y sus pesares". Como cuando "La Loba" "...no logra en su penumbra comprender la traición..."

            Su íntima femineidad desborda en tierna coquetería ante el reclamo del Niño Amor cuando responde al amante celoso: "Es que soy cual gacela feliz en los zarzales;/ tengo en la piel fragancia de selvas y panales,/ y Natura me ha dado sus dones con primor..." o se repliega en sí misma ante el "Desengaño": "No había rencor, ni celos ni malicia,/ pero un día el bajel de nuestros sueños/ naufragó y perecieron los ensueños." 

            ¿Qué mujer no ha sufrido por amor? Pero esta mujer de la que hablamos, Leonora, convierte en ilusión bien calibrada la experiencia amorosa que ha vivido y dice, desde su madurez, que "No podría pedir que un solo hombre tuviera/ conjugadas virtudes de criatura perfecta./ Por eso, sin traspasar su límite de arcilla/ amo de corazón a muchos hombres./ ¡Yo soy como de corazón promiscuo!"

            Se crece en la ternura su maternal instinto, capaz de ofrecerse en sacrificio: "Y si me dices: Madre,/ tu corazón yo quiero/ Diligente y feliz/ del pecho arrancaré/ el reloj que me mide/ y palpitante aún,/ lo pondré para ti/ en bandeja de plata/ porque sabré que así,/ muriendo, viviré." y de proclamar con orgullo: "... la niña se llama Jennifer/ y es de mi estirpe la flor." y de condolerse en la ajena vergüenza de los "Gamines" y de "Un Niño Nonato" porque le sobra corazón.

            Mantiene indemne su fe aunque flaquee en ocasiones su ánimo y como Ave Fénix resurge de su propia angustia: "Yo conocí el averno/ y ahora estoy de vuelta/... Sólo sé que la fe/ campea en mis trigales/ y que suenan campanas/ en mi templo interior."

            Le preocupa la Vida, que preferiría mejor, y lo refleja en manifestaciones filosóficas y sociológicas, pero sin rencor. Y lógicamente, llega a una conclusión: "La riqueza está en tu alma: ¡lo demás es espejismo,/ pedrería y engaño fatuo!"

            Leonora es siempre directa, veraz y poco ditirámbica porque es sincera. Se desenvuelve muy bien en los versos de arte menor donde su mensaje se engalana de musicalidad. Y es atrevida también, cuando osa mezclar endecasílabo y dodecasílabo para mejor aliñar su espontáneo manjar de sensibilidad.

            Su prosa es rica en recursos y siempre interesante en contenido porque sabe utilizar las herramientas de su nativo idioma para lograr que sus pensamientos lleguen al lector sin distorsiones ni oscuridades. Sabe ser, en la reseña, fiel y clara; en la denuncia, directa y agresiva; en el ensayo, cuidadosa y reflexiva.

            Y además, no contenta con la palabra sólo, Leonora excursiona en el arte pictórico para buscar en la rica paleta de color y forma un medio más de expresión de su mundo interior y de la realidad que ella, como mujer y como poetisa (perdonadme todos si rehúso renunciar a la hermosa redondez de la palabra poetisa a pesar de los contemporáneos aires de igualdad que pretenden, con la utilización del vocablo poeta como herramienta de equiparación, hacer tabla rasa de las innegables diferencias -que no desigualdades- entre hombre y mujer) ve; y no siempre ve como es, sino como su corazón le dice que debería ser.

 

            Sólo me resta añadir que siempre me regocija encontrar en el camino de la Vida almas que vibran porque son ricas en sensaciones heterogéneas que se complementan perfectamente con un intelecto cultivado y razonador porque esta -desafortunadamente poco abundante- simbiosis es la savia misma del último fin de la existencia.

            Eliana Onetti

 

 

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