Boyada
Acrílico s/lienzo
Raúl Fabio Pino nace en Santiago de Cuba un 14 de enero de 1953. Reside en los Estados Unidos de América desde 1967. Obtuvo un doctorado en jurisprudencia y otro en filosofía religiosa.
Ha estado siempre interesado en los temas esotéricos y ha hecho incursiones en los conceptos del Karma, la teoría de la reencarnación y la filosofía de las religiones. Ha dedicado el tiempo que su profesión le deja libre a escribir, a pintar y a viajar. Ha aprendido el arte y la ciencia del propio desarrollo espiritual a través de la vida dedicada al bien, al amor y la propia honestidad.
Es hombre de mirada dulce y profunda, maneras apacibles y palabra fácil que inspira afecto y simpatía a primera vista. Hombre de paz dejando su mensaje de empatía absoluta y convicción profunda en el aire mismo que lo circunda. Hombre de bien, luminoso y positivo.
Sus cuadros, acrílicos sobre lienzo, son igualmente dulces, apacibles y empáticos. Una prolongación de la personalidad de su autor, que usa de esta forma artística, además de la literaria, para expresar su mundo interior; para describir el mundo externo tal y como lo percibe, asimila y acepta su propia espiritualidad.
Su más reciente libro publicado con Calíope y titulado “Mi amigo el doctor Federico” sigue la misma trayectoria de sus dos obras anteriores; “El canto del ángel” y “Martí, una estrella alta y luminosa”. Estos libros buscan el crecimiento espiritual a través de la autoexploración del ser humano, el contacto con todo el potencial con que cuenta el ser humano y le da potestad de ser el arquitecto de su propio destino. La relación del hombre con su mundo extra-sensorial e invisible. La búsqueda de la felicidad a través del amor.
A medida que leíamos “Mi amigo el doctor Federico”, y analizábamos el mensaje que su autor intenta por su intermedio hacernos llegar, evocábamos irremediablemente la doctrina filosófica de Descartes, que consideraba el alma o espíritu como fuente única de actividad; alma que, aunque imbuida en lo corpóreo, permanece intacta e independiente de lo esencialmente material.
El espiritualismo, como base filosófica de explicación de los fenómenos más generales de nuestra humana naturaleza, parte del axioma que acepta la existencia de una realidad inmaterial e imperceptible por los sentidos y acepta la noción de un “dios”, de lo infinito, de la inmortalidad del alma y de la esencia inmaterial de la inteligencia y de la voluntad.
Píndaro atribuía un origen divino al alma; Platón fue un espiritualista; Aristóteles pensaba que Dios era “conocimiento que se conocía...”; Giovanni Gentile, Henri Bergson, Lavelle y Le Senne, entre otros, aceptaron de una u otra manera la existencia de una fuerza espiritual dentro de la vida material.
El espiritualismo es, por tanto, compatible, filosóficamente hablando, con muy disímiles conceptos de la vida porque, simplemente, preconiza la existencia de una realidad independiente de la materia y, por supuesto, superior a ella.
El espiritualismo filosófico nos conduce comúnmente al espiritualismo religioso; a la convicción de que el alma inmortal, inmutable e inmanente, sobrevive al cuerpo finito. Y una vez aceptado lo anterior, es perfectamente posible que no dudemos de la capacidad que el alma tiene para comunicarse per se con aquellos mortales que posean sensibilidad y percepciones extra-sensoriales suficientes como para captar sus mensajes.
Khayyam, epicúreo y descreído, admite ya en sus Rubaiyat la existencia de un Dios (que para él era injusto y cruel); Dante reproduce su conversación con el espíritu de Virgilio y argumenta cuán útiles le fueron sus consejos en su visita al Infierno; Goethe nos conduce, de la mano de Fausto, hasta el Ángel Caído, que pretende apoderarse de su alma; Dickens nos habla de la salvación de Scrooge merced a los fantasmas de la Navidad, espíritus que, alertándolo, le salvaron de una inminente condenación; Edgar Allan Poe arrastraba a sus lectores hacia el vedado mundo ignoto del más allá...y Martí, en debate sobre materialismo y espiritualismo allá por 1875 en México, afirmó categóricamente que el alma existe porque...”yo lo siento, porque yo lo quiero, porque...”
Y el Dr. Pino, que no tiene ni el descreimiento de Khayyám ni la imaginación de Alighieri ni la rotundez de Goethe ni la desbocada y tétrica imaginación de Poe ni la voluntariosa personalidad de Martí, nos trae idéntico mensaje: el alma existe.
Mensaje de esperanza nos trae también cuando, advocatoriamente, nos dice que el amor es la llave de la iluminación, que da la paz interior al individuo.
Hermoso en verdad el mensaje de “Mi amigo el doctor Federico”. Una novela espiritualista y filosófica que despierta el deseo de desasimiento de ataduras materiales; de ardorosa búsqueda de verdades.
Algo más hay en esta obra que nos gustaría resaltar muy especialmente: pureza. Todas las situaciones que concurren en la estructura narrativa transmiten la pureza de sentimientos que pervive en los protagonistas -que es lo mismo que decir en el autor- a pesar de las experiencias adquiridas a lo largo de la existencia. Y la pureza, amigo lector, es como los milagros: algo poco frecuente en este mundo nuestro y, precisamente por eso, mucho más preciado y apreciable cuando se nos da. Digo “se nos da” porque esa pureza es una propina inesperada y preciosa que, al margen de la esencia de la narración, nos deja las manos y los ojos y el espíritu impregnados de Esperanza, esa Esperanza que...
Núbil y etérea como gacela,
vuela en las alas de la quimera
bordando ensueños de primavera
mientras la aurora por ella vela.
Cual polvo de oro su cabellera,
de su hermosura Venus se encela
cuando en sus ojos, flor de canela,
refleja el iris la luz primera.
Y en su sonrisa se vuelca entera,
prendiendo al filo de la majuela
de su zapato sueños de espera
que el aire pueblan cual castañuela.
¡Van detrás suyo cual en hilera
las ilusiones formando estela!
Nació grácil mujer. ¡Es Esperanza!
Eliana Onetti
Presidenta de Calíope