Ulises Varsovia

 

Secreto astral


Que lo que no entiendan las musas,
que lo que no entiendan las Musas, Claire,
entre tú y yo su secreto astral,
entre tú y yo su íntimo idioma
de fonemas de piedra estelar,
de sílabas en fuego entretejidas
y en fuego intocable grabadas.

Tal vez en los calendarios venusianos,
tal vez en las floridas calendas,
cuando tu vida y mi vida de viaje
por ocultas rutas y destinaciones,
por avatares de tránsito ciego,

tal vez entonces, amor, tal vez
cuando tu voz y mi voz entrelacen
su soterrado idioma en la muerte,
y eleve nuestra flor su aroma
de desnudas sílabas en el aire,

tal vez entonces, amor, las Musas
linfas de cristalino manantial,
iridiscencia de la luz solar,
música de caracolas célibes
el canto que ahora indescifrado.

Y se acerque a la fuente la sed,
y se abra el olfato a la floración,
y despierte el tacto al limo vital,
y allí estaremos, allí estaremos.

Que lo que no entiendan las Musas,
que aquello que entre nosotros, Claire,
su secreto de inextricables hebras,
su idioma de fuego planetario...

Sí, que lo que no entiendan las Musas,
lo que entre tú y yo su maravilla.

 

A d v i e n t o

  

                        Primera vela de adviento

                        en la tarde de viento otoñal.

                        Jesús en la lumbre despierto.

                        ¡Hosanna, huésped de mi hogar!

 

                        Domingo iluminatorio,

                        primera, clara señal.

                        Alguien a la puerta: un coro

                        de la angélica potestad.

 

                        Tarde de hojas perseguidas,

                        tarde de empezar a esperar

                        tus pisadas adventicias.

                        Tarde de temprana ansiedad.

 

                        Primera vela de adviento

                        en el crepúsculo boreal.

                        Jesús en la llama sonriendo.

                        ¡Hosanna, huésped de la eternidad!

 Ulises Varsovia

 

 Holocausto

 

 

     Si la poesía

sumergida

en su nebulosa

interioridad,

si su canto la ebriedad

de un aeda a solas

con su portentosa

lira pentagramal,

 

     si la poesía,

camaradas

de la desheredad,

nada más que la ansiedad

de voces pasmadas

en su melodía,

y la exterioridad

una minúscula llama

de luz consumida,

 

     entonces de la agonía

el poeta su canción

arrancada,

entonces, camaradas

de nocturna voz

desleída,

la divina poesía

una gota de dolor

atragantada,

 

y en su propia llama

de insecto suicida,

el vate y su lira

inmolándose en aras

de la poesía.

 

 

Espejismo luminal

 

 

En la esquizofrenia de los climas,

perder la noción de tiempo y espacio,

perder el cómputo de las edades,

de estación, flora y paisaje,

y arrojar la vida a la intemperie

en el desnudo animal primigenio.

 

Por las praderas correr, por los ríos

atravesar a nado el invierno,

y en las cumbres nevadas, de un grito

desmoronar aludes de espuma,

decapitar las cimas coronarias.

 

Tuyas las onduladas serranías,

animal terrestre recuperado,

tuyos los plegamentos precámbricos,

tuyas las llanuras estampidas,

tuyos los valles recolectores.

 

En esta oquedad de piedra dormida

tus antepasados su guarida,

tus ancestros de facha simiesca

su primer hogar de espesa sombra,

sus sueños de ruedas rechinantes.

Ahora tú, con tu lumbre equívoca,

ahora tú, con tu espejismo luminal

de ser superior en la fronda terrestre,

de pequeño dios en el elenco astral.

 

Ahora tú, en tu hogar primigenio,

ahora tú, con la desnuda verdad:

tú con tu demente señorío,

tú con tu trastorno criminal.

 

En la esquizofrenia de los climas

sumergir la existencia incendiaria,

regresar a las hogueras tribales,

a la hermandad de la existencia astral.

 

El pozo

 

 

Si arrojas una piedra al pozo,

y esperas, y esperas, y esperas,

esperarás en vano, esperarás

toda una vida, todas las vidas

de quienes allí estuvieron, de quienes

bebieron, como tú, del agua,

bebieron del agua y testimoniaron,

atrapados en la complicidad.

 

Allí en el fondo, donde tu imagen

quedó atrapada, con las imágenes

de quienes allí se asomaron,

de quienes se inclinaron a beber,

y bebieron agua, ansiedad, dolor,

y bebieron sucios secretos de amor,

bebieron imágenes habitadas.

 

Alguna vez, en sumo sigilo,

te acercaste al pozo, al atardecer,

o más tarde aún, cuando la luna

lucía hipnótica sobre el agua,

y asomaste tu rostro iniciático

al abismo de la iniciación,

y allí estaban, allí estaban ellos,

reunidos en el silencio lunar,

yuxtapuestos hasta el primer día.

 

No sólo el agua, varón inconcluso,

no sólo la linfa vital

arañada de la dura tierra:

allí también la unidad tribal,

el ajuar de llaves y contraseñas,

el secreto libro generacional.

 

Ahora regresas a la edad,

te acercas en sigilo a la noria,

te inclinas sobre el gastado brocal,

y arrojas una piedra al fondo,

y esperas, y esperas, y esperas.

 

Así esperaras toda una vida,

así esperaras todas las vidas

de tus cómplices allí ahogados,

de tus deudos en la conjuración,

 esperarías en vano, hermano,

esperarías una eternidad.

 

El agua está aún allí, callada,

pero esa agua ya no es el agua,

tu imagen vuelve allí a reflejarse,

pero esa imagen ya no es tu imagen,

la luna te mira desde el fondo,

pero esa luna ya no es la luna.

 

Si regresas al hogar, viajero,

y llamas en alta voz, en los cerros,

y golpeas con ira las aldabas,

y repites las señales secretas,

y te acercas al pozo taciturno,

y arrojas una piedra a sus aguas,

 

nadie te responderá, viajero,

nadie reconocerá tu voz,

ni reaccionará a tus señales.

 Porque ya no eres el que se fue,

ni ellos son los que se quedaron,

y el pozo ya no es el pozo.

 

Del poemario "Hermanía"

  

 

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