José Martí y la Naturaleza...
María Gómez Carbonell
Martí fue un Creyente. La fuerza de su espiritualidad hace milagros, todavía. Leerlo, es encontrarnos. Penetrarlo, es como lavarnos de impurezas. Fue un hombre entero. Unió la Virtud y el Genio, en una infinita expresión de Eternidad. Sólo Simón Bolívar le resiste en un paralelo histórico. El resto de los Próceres, -ése es mi modesto juicio-, les siguen a distancia. Porque fue creyente, se sintió, a toda hora, parte de un Todo homogéneo y armonioso: la NATURALEZA. Y consagró en su obra esa armonía de la Creación, en luces, en colores, en rimas y acentos, funciones y propósitos, asegurando la Vida, como única expresión de Servicio, Convivencia, Derechos, Caridad. Amó esa Vida en el Árbol y en el Rosal; y en los Irracionales y en el Cosmos. Por algo, en una fusión de limpieza, llevó "La Estrella sobre la frente y la Paloma sobre el corazón". Resumió, en suma, una Vida para la Solidaridad.
La Naturaleza se coló en un ideario, como el rayo de sol en la corola de un lirio. En sus versos, se hizo remanso. En sus cóleras patrióticas, se hizo llama. En sus Cartas, arrulló y cantó, tojosa y jilguero. El "Diario de Campaña" de José Martí, "De Cabo Haitiano a Dos Ríos", escrito con el ansia de un predestinado que cubre el último tramo de su peregrinación, -del 9 de abril al 18 de mayo de 1895-, es el más alto tributo que un ser humano, abroquelado en hondos sentimientos de Justicia y Libertad, haya rendido, jamás, a Dios y a su Creación. Recreemos el espíritu, reforzando principios, -tan cerca y tan lejos del suelo en que nacimos-, en esta calofriante presentación de la campiña cubana, con dulzor de mieles de Castilla, centellear de cocuyos y fragancia de campanillas silvestres, cuyo poder descriptivo rompe toda medida. "Por la cresta subimos... -dice Martí- a lo alto, de mata a mata, colgaba como cortinaje tupido una enredadera fina, de hoja menuda y lanceolada. Por las lomas, el café cimarrón. La pomarrosa bosque... Y más allá de los montes azulados, el penacho de nubes. La noche, bella, no deja dormir. Silba el grillo; el lagartijo quiquiquea y su coro le responde; aún se ve entre la sombra que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y espinada; entre los nidos, estridente, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines... ¿Qué alas rozan las hojas? ¿Qué violín diminuto y oleadas de violines, sacan son y alma a las hojas?".
De esa Naturaleza que Martí cantara en "el arroyo de la sierra, que prefería al mar"; en "el pétalo de la flor y en el ala del colibrí"; en "el Canario amarillo, que tiene el ojo muy negro", a la que él tuviera tiempo y deleite en rendir tributos robándole horas de sueño, en la antesala de la muerte, nos estamos apartando sacrílegos, en un desafío de soberbia al Génesis. La atención de una época está toda fija en el Laboratorio. ¡Alquimia; Electrónica; Síntesis; Materialismo!, sin condimentos de Amor, ni jugos de campos, ni claridades de cielo. El pernicioso desajuste, desarticulando la Ciencia y la Ética; la inventiva del hombre y el postulado espiritual. Por ese camino, de fracturación histórica, todo lo que avance la Ciencia Médica por prolongar la Vida del hombre, lo malogrará el propio interesado, produciendo la contaminación ambiental y una alimentación de segunda mano. ¡Precisa volver a la Naturaleza! La que se vaciara, como caudal de Siglos y suprema expresión de belleza y de Fe, en el alma de José Martí, raíz y fronda de las Letras Universales.