Ventajas del modelo
cubano
Por
Marcos Aguinis
Para LA NACION
La clamorosa recepción que se brindó a Fidel Castro durante su visita a
nuestro país merece otros análisis, más entusiastas. En el Congreso recibió la
ovación más intensa de los mismos lúcidos legisladores que tiempo atrás
aplaudieron el default , fue honrado por el gobierno de la ciudad de Buenos
Aires (cuyo titular está en campaña reeleccionista), fue invitado a dar una
conferencia en la Facultad de Derecho, fue seguido afanosamente por la prensa,
fue recibido por el flamante Presidente en la audiencia más larga y fue
celebrado por una concentración popular que bloqueó todo el centro de Buenos
Aires. No cabe duda de que una significativa franja de la sociedad lo ama y
admira.
Esto coincide con lo que hace poco decidió el gobierno de Eduardo Duhalde: abstenerse en las Naciones Unidas al votarse la necesidad de investigar la violación de los derechos humanos en la isla. Recordemos que no se trataba de condenar al gobierno de Castro, sino sólo investigar qué sucede allí. Luego de infinitas denuncias que llegaron al colmo con el fusilamiento de tres personas jóvenes tras su intento de huir del país, y el encarcelamiento de decenas de disidentes, era obvio que correspondía hacer una averiguación.
Al gobierno argentino no le pareció necesaria y olvidó que hace apenas veinte años nuestra sociedad clamaba por lo mismo. Necesitábamos que viniesen comisiones investigadoras, como ahora las piden los cubanos perseguidos y amordazados. Rogábamos que llegasen en tropel. Pero los argentinos somos incoherentes e inestables, ¡qué le vamos a hacer! Pese a la dictaduras padecidas, amamos a un dictador. Somos así.
Claro, es un dictador que se dice socialista, cuyas picanas hacen cosquillas y cuyos fusilamientos mejoran la calidad de vida. Nada de lo horrible que él haga importa. Cuanto se denuncie sobre las violaciones de los derechos humanos en Cuba es un invento de la CIA. Castro es un ídolo, una leyenda, es el emblema del heroísmo y la noble lucha contra el imperialismo. Todo lo que hace está bien.
Pregunto: si tanto se lo admira, ¿por qué no seguir su modelo? Se supone que
debe ser maravilloso. ¿Para qué imitar a Nueva Zelanda, Bélgica, Suecia,
España, Canadá -países complicados, modernos-, si el modelo de Castro es más
simple, movilizador y atractivo?
La Facultad de Derecho, según voceros entusiastas, se convirtió en la Plaza de
la Revolución. Castro pronunció uno de sus discursos más breves, de apenas dos
horas y media. Sabía que los argentinos aún no estamos entrenados para
escucharlo durante ocho o más horas, como se hace en La Habana. Pero consiguió
hacer delirar a las masas con sus anécdotas y proclamas seductoras. Es un buen
remedio contra la tristeza o el desencanto.
El modelo de Fidel nos daría otras ventajas, supongo. Por ejemplo, no habría debates estériles sobre las acciones del gobierno. Las críticas deberán desaparecer y, con eso, todos empujaríamos en la misma dirección. No habría que gastar neuronas ni saliva sobre los problemas de la sociedad, porque es tarea exclusiva de los funcionarios del régimen, que nunca se equivocan. Tampoco habría que elegir entre diversos diarios, noticieros, radios, revistas, porque habría lo mínimo indispensable, con noticias oficiales únicamente. De esa forma no tendríamos que dudar entre diversas fuentes ni afligirnos por las noticias derrotistas que inventan los enemigos del pueblo.
Los periodistas entrarían en caja, eso sí. Los que se empeñan en ofrecer una
visión diferente, desestabilizadora serán sometidos a juicio sumario,
expulsados de sus oficinas o enterrados en las cárceles. Ninguno podrá dar
entrevistas a extranjeros, sin el debido permiso. En nuestra despreciable
democracia suele ocurrir que aborrecemos a un periodista y no sabemos cómo
hacerlo desaparecer. Pues bien, en el nuevo régimen bastará denunciarle algún
desliz contra las autoridades y será hombre muerto. Nada más placentero y
expeditivo. El canciller Rafael Bielsa debería dar una vueltita por las
insalubres prisiones cubanas, entrevistar a los 74 disidentes condenados a
veinte o más años de prisión y después tendrá más elementos para afirmar que
allí reina la justicia. (Lástima que muy parecida a la del Proceso. ¡Qué le
vamos a hacer! la incoherencia, la incoherencia...)
También
cosecharíamos los beneficios de que nadie pueda salir del país. Los enemigos
del pueblo dirán que nos hemos convertido en una gran cárcel. ¡Calumnias! El
paraíso no es una cárcel: quienes fugan lo hacen por traidores. Esto
resolvería por arte de magia la perversidad de querer hacer posgrados en otros
lados o ir a buscar mejor fortuna en el exterior. Se acabarán las colas en los
consulados (a menos que quieran ir a Cuba, donde hace falta gente porque se
fusila al que se quiere escapar, cosa que curiosamente no hace la multitud que
se congregó frente a la Facultad de Derecho; extraño, ¿no?). Ningún argentino
pisará Ezeiza sin permiso del Gobierno. Ahorraremos divisas. El único gasto
serían las balas contra los que intenten huir cobardemente. Usaremos los
fusilamientos preventivos al estilo de Castro, así como George W. Bush hace
las guerras preventivas.
Otro gran beneficio vendrá del turismo. Los mejores lugares se
reacondicionarán para el disfrute de los extranjeros solamente. Llegarán
alemanes, españoles, suizos, noruegos, australianos, irlandeses a nuestras
playas y montañas, donde nosotros seremos los empleados, mucamas y mozos, pero
jamás los huéspedes: así el dinero que dejan las visitas engordará al Estado
benefactor. Por supuesto que la prostitución será tolerada, en especial donde
haya afluencia de turistas, porque constituye un anzuelo importante y un canal
de ingreso de dólares y euros. Eso sí, las muchachas serán prolijamente
investigadas para que no se queden con el vuelto.
En cuanto a la educación, uniformaremos para abajo, siempre para abajo. La
educación será uno de nuestros principales logros en la publicidad. Todo el
mundo deberá aprender a leer para enterarse de las buenas obras que hace
nuestro gobierno y leer los textos que responden a la ideología fidelista. No
nos importará la educación superior, ni estimular el pensamiento crítico
(¡esto, jamás!), para no alimentar a los subversivos del régimen. Tampoco
habrá computadoras para todo el mundo, sino sólo para los funcionarios: así la
gente no pierde su tiempo frente a la pantalla. Será prohibida Internet,
porque es el pórtico diabólico del mundo capitalista; en su lugar, como ahora
en Cuba, habrá Intranet.
En materia de salud haremos propaganda también. Bastará con una Facultad Latinoamericana de Medicina donde enseñaremos a colegas del Tercer Mundo. No estaremos a la altura de los grandes centros de salud, pero nos dedicaremos a lo básico. Y pondremos lo mejor en algunos establecimientos solamente, para mostrar nuestros méritos. Claro que los médicos deberán conformarse con un sueldo de 5 a 20 dólares como máximo.
Formaremos las Brigadas de Respuesta Rápida, como las que inventó Fidel, para ahogar de inmediato cualquier protesta. Por ejemplo, en menos de veinticuatro horas se liquidaría a miles de piqueteros que andan bloqueando calles y gritando por sus cuestionables derechos. Sin juicio, por supuesto, para no gastar tiempo ni dinero, ni angustiar a la gente. Puede que esto disminuya el flujo de simpatizantes, pero otros vendrán por miedo. No será un problema porque el garrote convence rápido.
Claro que también nos arreglaremos para que un país vecino importante nos imponga un bloqueo económico. Así tendremos siempre a mano esa excusa por todas nuestras fallas. Y cuando se disponga a levantarlo haremos alguna travesura (nuevos fusilamientos, nuevos arrestos de periodistas) para que no nos priven de esa excusa prodigiosa. Recordemos que el bloqueo no nos impide negociar con el resto del mundo, de manera que será una buena arma ideológica "para los giles". En el fondo, no molesta.
Y por supuesto que escucharemos largos discursos, como el que Castro pronunció en la escalinata de la Facultad, para convencernos de que vivimos en la gloria, que nos sobra el bienestar, que aumentamos nuestra autoestima, que hemos alcanzado las maravillas que escamoteaba la vil democracia liberal.