“SENTIDO  TRASCENDENTE  DE  LA  ACTITUD  MARTIANA”

                        Marco  Antonio  Landa

 

            Este artículo lo escribí hace más de cuarenta años y apareció por vez primera en la revista ‘Tribunales”, que publicaba en la Habana la Editorial “Lex”.

 

    ¿Es lógico presentir la muerte y partir hacia ella, no sonriendo, pero sí tranquilo? “En vísperas de un largo viaje”, escribe José Martí a su madre.  ¿Se refería al largo y penoso viaje de embarcarse para Cuba a tomar parte activa y personal en la lucha armada que se desarrollaba en la manigua cubana o pensaba el vidente en ese otro viaje sin retorno que lo esperaba el 19 de Mayo de 1895?   “No son inútiles la verdad y la ternura”, agrega en su carta de 15 de Marzo de ese año, fechada en Montecristi.

    El cerebro pensante de la revolución iba a enfrentarse con la muerte, y lo sabía. Y marchaba tranquilo, a sabiendas de lo que le esperaba. Ante él no se abrían las tinieblas de la muerte como una gran interrogación. Su espíritu estaba pronto al sacrificio porque al plantearse la gran pregunta, su intuición y su inteligencia le habían deparado la oportunidad de contemplar esa puerta que se cierra al tiempo, pero también se abre a la eternidad. Incansable peregrino tras la luz de la verdad, del amor y la belleza; recorriendo todas las encrucijadas y todos los senderos del mundo tratando de apresar en su prosa, en su verso y en su alma los destellos eternos de la verdad absoluta, del amor perfecto, de la belleza incomparable ¿podía escapársele a la agudeza de su mente, a la luminosidad de su espíritu, la respuesta concreta a la gran interrogante?  Porque conocía la naturaleza humana y la había sondeado con infinita delicadeza, no pensó nunca hallar realmente en el mundo que lo rodeaba, razones para que su alegría fuera completa: “Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que usted pudiera imaginarse”, dice en la post-data.  ¿Por qué esa expresión misteriosa?

    No cabe pensar más que, ya cuando marchó decididamente hacia el supremo sacrificio de la vida, cuando quiso demostrar al mundo que no era un simple teórico, sino un verdadero enamorado, apasionado, ardiente y sincero de la libertad de su patria, sabía lo que le esperaba tras la cortina misteriosa que separa nuestra existencia del más allá. Si su espíritu sensible ansiaba hallar esos tres elementos perfectos que completarían  su vida, y en su incesante peregrinar no los había encontrado aún, seguro estaba que habría de haber Alguien que se los proporcionaría. No era posible que hubieran puesto en su alma esas necesidades perentorias de su naturaleza, para que después no pudiera satisfacerlas. Cuando comprendió a cabalidad donde las encontraría, marchó contento al encuentro de ellas. No porque quisiera, en el fondo de su alma, precipitar el encuentro, sino porque las circunstancias le ofrecían la oportunidad de comprobar lo que, por otra parte, ya sabía él muy bien.

    El concepto materialista de la vida nunca presidió los actos de José Martí. El fue profundamente espiritualista en el mejor sentido, en el perfecto sentido cristiano de la palabra. Ese Alguien que le daría lo ansiado, era un Ser concreto, no una mera abstracción filosófica, sino un Creador; un Ser muy bien definido que lo esperaba tras la puerta que, cerrándose al tiempo, se abría a la Eternidad.

 

    Hasta aquí mi artículo de hace cuatro décadas. Mi pensamiento, en todo el tiempo transcurrido desde entonces, no ha variado ni un ápice. Por el contrario, los puntos fundamentales que en él se expresan se han reafirmado en mi entendimiento, ya que estimo que la historia de Cuba, dentro y fuera de la patria, me da la razón. Me explico: los ilustres patricios cubanos, que al conquistar nuestra patria la independencia, se ocuparon de la tarea de organizar la enseñanza en Cuba, aparentemente se desviaron  de las directrices en que se inspiraba el pensamiento martiano y sorpresivamente se afiliaron a los lineamientos de la doctrina positivista. Sobre estos principios, pues, se formaron varias generaciones de cubanos, muchos de los cuales, al actuar a posteriori en la vida pública, lo hicieron de acuerdo con las normas formadoras de su carácter, porque, lógicamente, nadie puede pautar su conducta personal en la vida,  en  contra de sus principios educacionales.

    Y ahora, a mí se me ocurre preguntar: ¿podríamos pensar que un sistema de enseñanza más afirmado en las raíces martianas hubiera variado los destinos de Cuba? ¿Hubiera podido el pueblo cubano, amoral que no inmoral; irreligioso, que no antirreligioso, hacer frente con éxito a la marea del perverso comunismo que todo lo barrió?....  Es posible, porque el hedonismo utilitario de nuestra sociedad, al igual que el ateísmo marxista, conducía al materialismo, aunque por distintos caminos y hacia metas diversas.

    Comprendo que son ideas y pensamientos inquietantes. No me considero dueño  absoluto de una verdad que sólo Dios posee; respeto a mi prójimo aunque no comparta mis opiniones y, a pesar de que ya se ha hablado mucho sobre las causas y concausas que dieron lugar al derrumbamiento de la democracia en Cuba, me gustaría escuchar otras opiniones sobre este mismo tema...