Recordando a Martí otro 28 de enero
Existen hombres... y existen colosos que llevan en sí la fuerza de muchos hombres. Fuerza moral. Fuerza del amor que es como flama luminosa en cuya inapagable llama se consume la vida efímera del cuerpo para dar paso a la vida inacabable de la gratitud de los pueblos y la cosecha inverosímilmente fructífera de la Patria.
Hablar de José Martí es hablar de uno de esos espíritus superiores capaces de los mayores sacrificios en aras del Principio, del Amor, de la Libertad. Libertad conquistada con “las manos blancas”. Blancas de injusticia, de pasión irracional, de fanatismo. Hubo de ser forjador de ideas y apóstol de independencias.
Supo desde muy joven de la incomprensión. En su madre, por exceso de amor; en su padre por obstinación de carácter. Adolescente aún, degustó el fruto amargo del presidio político -infierno blanco de las canteras- que abrió en su carne persistente llaga de cadenas de presidiario, quizás porque nunca cerró la herida en su espíritu de los horrores que, más que vivir; vio padecer y la copa desolada y fría del destierro .
Fue capaz sin embargo de odiar sin pasión cuanto de criminal había en el gobierno de la Península en su Isla al par que amar sinceramente la idiosincrasia de buena cepa que maduraba en cada español de conciencia. Nunca odió ni amó sin distingos. Era “la hoja del acicate y el acero del martillo” hechos hombre. Hombre grande.
Ocupado siempre en la ardua y entristecedoramente difícil tarea de unir a los cubanos en un solo haz para construir entre todos una Cuba soberana que supiese serlo con honor, con dignidad, con justicia y, con ternura, tuvo tiempo aún para amar el Arte y la Literatura este prodigioso pastor de pueblo. Afán tuvo aún de escudriñar en la ciencia. Energía sacó aún para pensar en la mejor manera de educar porque sabía que los mejores hijos de la Patria saldrían de la cantera de la Educación. Y le quedó ternura para amar a los niños porque “todos son hermosos” y escribir para ellos páginas cuajadas de cuidadoso mimo. Y hombre fue también, que reclinó su cabeza febril “en un seno caliente de mujer”.
Y porque no se pensara que buscaba el lucro con sus esfuerzos, porque “la Patria es ara y no pedestal”, cambió la palabra por el fusil y fue a encontrarse con su destino, a morir; a probar a un grupo de inconscientes o malévolos lo que no requería demostración, privando así a Cuba de su pensamiento unificador en el momento crucial de la lucha.
Quizás obró bien. Quizás era necesario que se inmolase para que la fuerza viva de sus ideas quedase como grabada a fuego en el ánimo de sus contemporáneos y de las generaciones venideras.
José Martí fue hombre y pensador y político y poeta. Pero por sobre todo, hombre. Hombre grande que llevaba en sí “el pudor” de todo un pueblo. Hombre-fuente de inagotable inspiración porque ser martiano es ser, ante todo, humano. Honrémosle, que "honrar, honra".
20 de mayo de 1902
Instauración de la República de Cuba
Cuenta Ricardo Núñez Portuondo que el 20 de mayo de 1902 a las 12 meridiano, comenzó, en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales en La Habana, el Acto oficial en el que el Gobernador Militar de la Isla, General Leonardo Wood, hacía entrega –en nombre del Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Teodoro Roosevelt-, del poder y gobierno de la Isla de Cuba al primer Presidente de la República, electo por la voluntad expresa del pueblo cubano: el señor Tomás Estrada Palma.
A las 12:10 minutos, en el preciso instante que la bandera norteamericana era arriada en el Palacio, se ordenó su descenso en el mástil del Morro de La Habana y, a los acordes del himno de Bayamo –tras una salva de 45 cañonazos- el General Emilio Núñez izó a las 12:15 minutos la bandera de Narciso López en el Castillo de El Morro.
El pueblo estalló entonces en indescriptibles manifestaciones de júbilo patrio al presenciar la culminación del doloroso proceso de forja de la Independencia de Cuba, y su nacimiento como nación.
Hasta ese momento, y desde 1898, los cubanos habían tenido que sufrir una Intervención extranjera en suelo patrio en que la esperanza de libertad e independencia estaba sumida en incertidumbre debido a esa Intervención norteamericana. Cuatro años de lucha política y diplomática, sorda y dramática aunque incruenta, que tan bien plasmó Bonifacio Byrne cuando escribió Mi Bandera:
Al volver de distante ribera, con el alma enlutada y sombría, afanoso busqué mi bandera y otra he visto, además de la mía.
¿Dónde está mi bandera cubana, la bandera más bella que existe? Desde el buque la vi esta mañana ¡y no he visto una cosa más triste!
Con la fe de las almas austeras hoy sostengo con honda energía que no deben flotar dos banderas donde basta con una: ¡la mía!
En los campos que hoy son un osario vio a los bravos batiéndose juntos y ella ha sido el honroso sudario de los pobres guerreros difuntos.
Orgullosa lució en la pelea, sin pueril y romántico alarde: ¡al cubano que en ella no crea se le debe azotar por cobarde! |
En el fondo de oscuras prisiones no escuchó ni la queja más leve y sus huellas en otras regiones son letreros de luz en la nieve...
¿No la veis? Mi bandera es aquélla que no ha sido jamás mercenaria y en la cual resplandece una estrella con más luz, cuanto más solitaria.
Del destierro en el alma la traje entre tantos recuerdos dispersos y he sabido rendirle homenaje al hacerla flotar en mis versos.
Aunque lánguida y triste tremola, mi ambición es que el sol con su lumbre la ilumine a ella sola, ¡a ella sola! en el llano, en el mar y en la cumbre.
Si deshecha en menudos pedazos llega a ser mi bandera algún día, nuestros muertos alzando los brazos ¡la sabrán defender todavía! |
A partir de ese 20 de mayo de 1902, comienza la no menos patética historia de la República de Cuba, mediatizada por la Enmienda Platt, traicionada por sus mejores hijos, marcada desde su nacimiento por las desavenencias, las envidias, el orgullo desmedido, la avaricia y las corruptelas.
Hasta Estrada Palma, heredero de la obra de Martí, quien lo dejó al frente del Partido cuando se fue a morir en los campos de Dos Ríos, prefirió asesinarla antes que renunciar a su mesiánico orgullo de anciano prevalente. Olvidaron ¡todos! los deseos del Apóstol:
“Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto a la dignidad plena del hombre. En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre. O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro del sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás: la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros hombres!.... ...¡Alcémonos para la república verdadera...!
Estrada Palma, aquel anciano patriota, olvidó que “la Patria es ara; no pedestal” y el 29 de septiembre de 1906, renuente a sacrificarle su propio orgullo, la entregó inerme a una nueva Intervención que duró hasta el 28 de enero de 1909. Después... Todos sabemos lo que sucedió después.
Yo recuerdo los “20 de mayo” de mi infancia, llenos de sol, de zapatos blancos de estreno, de paseos por el Malecón, de asueto feliz y de fervoroso orgullo mambí. Recuerdo los trajes de dril de los hombres y los vestidos multicolores de las mujeres con ojos de mayo, orgullosas de su palmito y de su elegancia. Y me pregunto dónde y cómo estaríamos hoy si hubiésemos sido entonces más conscientes de que la república era la herencia de quienes, con sacrificio de sus propias vidas, quisieron una Cuba “con todos y para el bien de todos”. Si hubiésemos tenido bien presente que nuestro disfrute debió haber sido más bien el sagrado e ineludible deber de mantener esa república incólume, pura y unida.
Porque los pueblos somos miopes, y olvidadizos, y cortos de entendederas, y desdeñosos de lo verdaderamente esencial y valioso, como aquella Eva que, inconsciente, despreciaba el alfiler de oro oscuro por prenderse al oscuro talle un diamante embustero. Así somos.
Y hoy, nuevamente, es 20 de mayo. Una nueva oportunidad para aprender de nuestros desaciertos, para evitar culpar a terceros de sus consecuencias, para reconocer qué hemos hecho mal y cómo evitar frívolos olvidos en el futuro que puedan hacernos cometer los mismos errores una y otra vez. Para acercarnos –espiritualmente al menos- al monolito de Avenida 41 y Buen Retiro en Marianao y repetir, con Enrique José Varona, que “Si los cubanos honrados se hubieran conformado, Cuba seguiría siendo colonia”. Y meditar en el significado de estas sencillas palabras que tan grande verdad encierran.
Si los cubanos honrados ¡TODOS! no nos hubiéramos desentendido en gran medida de las necesidades de nuestra Patria; si no nos hubiéramos conformado, Cuba sería –quizá- hoy una República en democracia.
Eliana Onetti
Hoy siento como nunca el pesimismo herir con el puñal de la impotencia las fibras más austeras de mi alma.
Herida como estoy, mis cicatrices se enconan, rezumando de amargura, quemándome su bilis con cruel saña. |
Hoy siento que revivo aquel espanto, lastrando de tristeza y de negrura la pobre primavera de mi vida.
Y es que con el correo que ha venido, un sobre, con su angustia de presente, me devolvió al infierno de mi patria. Eliana Onetti |
Cuando el día de Navidad de 1991 los medios de comunicación anunciaron al mundo la noticia confirmada de la hecatombe del sistema de gobierno comunista en la URSS después de 75 largos años de hegemonía, se me abrieron las carnes de júbilo incrédulo y esperanzado.
Me parecía imposible que se abriese una luz de esperanza para mi patria cubana porque aunque mi exilio, ganado después de muchos años de infructuosos intentos, ha cicatrizado lentamente muchas heridas, la experiencia de aquellos años de juventud que vieron nacer, crecer y fortalecerse el régimen comunista en Cuba siempre gravitará en mi memoria, lastrando de escepticismo mi visión de los acontecimientos políticos.
Bien recuerdo todavía aquellos comienzos que devinieron en las dramáticas circunstancias que lograron, ya para siempre, imbuirme de un miedo visceral a ese sistema de gobierno, capaz de destruir sin tasa y sin medida la libertad que todo hombre tiene "a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía", mediante el simple expediente de prometer el exterminio de injusticias sociales reales.
Éramos adolescentes en 1959. Nos reuníamos fundamentalmente para estudiar aunque también aprovechábamos el tiempo libre juntos para charlar de temas que despertaban en nosotros, por alguna razón, interés o curiosidad pero nunca para matar moscas en una esquina, mirando pasar el tiempo con la boca abierta y la mente vacía. Y de eso sí estábamos todos orgullosos, que aquéllos eran tiempos de una juventud que se sentía responsable de su futuro y consciente de lo necesario que era para todos desarrollar el espíritu tanto como la mente.
Era época de hipertrofia de conceptos. Decía Ortega y Gasset que el concepto es un órgano mental de apresamiento de las cosas. Y nosotros intentábamos de forma inconsciente todavía apresar las innumerables impresiones que recibíamos constantemente para fundirlas en elementos de juicio.
Sobre todo, nos preocupaba mucho la dialéctica, ciencia filosófica que acababa de abrirse ante nosotros como orquídea venenosa que esparcía con el polen de sus sofismas marxistas los gases deletéreos de la doctrina comunista, llegada a nuestros lares con el recién estrenado régimen de Castro -Fidel para todos los cubanos de buena voluntad que todavía no habíamos advertido los siniestros augurios que se cernían sobre la patria, a caballo de los dicterios anti-imperialistas y la ayuda soviética- y que era por tanto tema obligado de controversia diaria. Sólo que, ilusos, centrábamos nuestra atención en lo que considerábamos la vital importancia del tema: materialismo versus espiritualismo. El correr de los años y el trágico desarrollo de los hechos cubanos han ido demostrando la nefasta equivocación de aquella ingenuidad juvenil de nuestros verdes días de adolescencia.
Horas enteras pasábamos discutiendo acaloradamente, divididos en dos bandos -todavía por entonces simplemente conceptuales-, afirmando unos y negando los demás la existencia de Dios; el origen de la materia; la lucha de clases y otros tantos principios filosóficos que, de inicio, habían comenzado a ser vertidos en las conciencias de las masas en infame tanteo de la relación de fuerzas y preparación del golpe de estado ideológico que sería el final de la pseudo-democracia instaurada por el triunfo de la Revolución de 1959.
Es fácil verter en las almas jóvenes -y en los espíritus abellacados por las privaciones- las heces del rencor. Por ignorancia los primeros y por envilecimiento los segundos. No nos percatábamos entonces a pesar de nuestros ideales martianos y nuestras sanas intenciones de esclarecimiento de la verdad. Éramos demasiado maleables todavía, demasiado superficiales en nuestro razonamiento de las cosas para darnos cuenta de que Karl Marx y su marxismo crearon La Internacional, el desbordamiento violento y rebelde sin la necesaria preparación para que pudiese resultar en una solución equilibrada, sensata y madura que verdaderamente fuese bastión de Libertad.
Martí mismo lo dijo con claridad meridiana. Estaba ante nuestros ojos su mensaje de "remedio blando al daño". Fue en Nueva York, el 29 de marzo de 1883, cuando murió Marx, que escribió Martí: ..."Como se puso (Marx) del lado de los pobres, merece honor." ..."Pero anduvo deprisa, y un tanto en la sombra, sin ver que no nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido gestación natural y laboriosa." ..."la Justicia misma no da hijos, ¡sino es el amor quien los engendra! La conquista del porvenir ha de hacerse con las manos blancas."
No se paró a pensar el pueblo cubano, arrastrado irremediablemente por la euforia de las diatribas encendidas del líder barbudo que precisamente utilizaba el nombre de Martí por bandera, que sólo ..."el buen sentido, y el haber nacido libre, dificulta el paso a la cólera."
Y así, el grueso de la sociedad fue pasando insensiblemente, sin darnos realmente cuenta de cuanto estaba sucediendo, de la discusión amigable para la búsqueda de la verdad a la hostilidad y el odio irreconciliables hacia los que el gobierno dio en llamar "desafectos contrarrevolucionarios" y que no eran más que seres humanos en desacuerdo con las nuevas teorías del socialismo de Castro. Así se fomentó la ira desatada, primero en el seno de la sociedad; en el corazón mismo de la familia, más tarde. Y con la Patria como pretexto, se instauró la insania de vigilancia y delación que afianzó definitivamente el Terror, casi peor que el de los tiempos de Robespierre, en el alma de Cuba. Y con el Terror, afloraron y se multiplicaron los signos evidentes de toda tiranía: el miedo y la desconfianza.
De los jóvenes de aquella época, los pocos que nos resistimos a caer en la trampa ideológica -que sometía, más que esclarecer, el espíritu- fuimos condenados al ostracismo como primera medida de coacción. Todo eso añadido a la natural tendencia del ser humano que busca siempre algo nuevo en su eterno devenir de cambio incesante, hizo que el grupo se fuese desmembrando y nos perdiéramos de vista definitivamente cuando nos graduamos.
Y si por azar nos encontrábamos alguna vez, nos saludábamos con cautela, perdida ya completamente la familiaridad que nos unía, preguntándonos, cada uno por razones distintas, de qué lado estábamos.
No nos engañemos. No está muerto el Comunismo ni como doctrina ni como alternativa de Gobierno. Incluso dentro de la hoy nuevamente Rusia, hay fuerzas oscuras que conspiran para reponer el depuesto régimen porque, no lo dudemos ni por un segundo, la Libertad exige una sociedad adiestrada en el sano disfrute de sus excelencias.
Los pueblos todos, especialmente los de nuestra América, deben, por lo tanto, permanecer alertas porque es una realidad incontrovertible que los partidos y movimientos comunistas no cejan en su objetivo de conquistar el poder con las malas artes de la mentira. La única diferencia está en que comprenden que ya no les es viable hacerlo mediante la prédica de una violencia desembozada.
Ahora acechan, infectados de la misma ideología supresiva de todas las libertades, pero se atribuyen nuevos calificativos destinados a disfrazar al lobo de cordero. Así se autotitulan humanistas y democráticos aunque en el fondo no hayan abjurado del ideario marxista-leninista.
El gobierno comunista cubano, con tácticas propagandísticas particularmente aleves, sigue siendo foco de difusión de esas ideas de pretexta "liberación de las injusticias sociales", atribuyéndose un humanismo y un talante democrático que ya hasta las comisiones tutelares de Derechos Humanos de Naciones Unidas, de la OEA, del Parlamento Europeo y del Parlatino se han visto unánimemente obligadas a desmentir, condenando abiertamente al régimen por sus violaciones contumaces de esos derechos.
Y es obligación de todos los que hayamos sufrido en carne propia la persecución y el vejamen, recordar que "el amor a la Patria no es el amor ridículo a la tierra que pisan nuestras plantas. Es el odio invencible a quien la oprime y es el rencor eterno a quien la ataca".
Eliana Onetti