EL ESCRITOR: Razón Imaginadora
Escribir es un acto complejo, difícil y extraño.
¿Qué movilidad representa el escritor? La visible y la invisible.
En el desplazamiento de su hemisferio imaginador, es cerebro que no teme presentar las hipótesis más audaces acerca del cosmos.
Vive en la gravedad de los emblemas, con su tragedia de mortal y a la vez, con sueños eviternos.
Lleva consigo la lucha infinita de poder promulgar vigores, enigmas y -en la extensión- el autorretrato de su memoria.
La memoria es un misterio de la razón, la razón es el consciente, el consciente; la libertad.
De allí, escribir es comprometer la actitud, la voluntad y comprender que el presente es prolongación del pasado a un futuro siempre abierto.
Comunicar es señalar, sintetizar elementos con originalidad y sabiduría; las creaciones más importantes de las eras han sido breves.
Lo que interesa no es el punto de partida de una búsqueda, sino su resultado, por eso -según mi parecer- hay escritores geniales o mediocres.
El concepto de “superado” en el arte de escribir, es un acto de ingenuidad o de ignorancia.
Las composiciones válidas tienen su propia dimensión, los siglos, los fonemas, las virtudes, en el devenir de la historia lo confirman.
“La reflexión -decía Wittgenstein- es una parte del juego lingüístico”. Es le jeu des règles o la règle du jeu. Los “signos cósmicos” nos dan el derecho; los “signos culturales” el lenguaje.
Quien
sabe:
que está de acuerdo con la esperanza;
que la fórmula de su tarea diaria es encerrar efectividad secular;
que la ley ineluctable e ilimitada, es el latido y e1 intelecto; ES UN ESCRITOR.
Tengo
el párrafo lejano
el brillo del espejo
—por eso—
Sentado
en la vereda naranja
de los soles
-escribo-
el bazar alucinado
de mi oraje.